La I Guerra Mundial movilizó a una gran cantidad de voluntarios que, en la retaguardia, intentaron minimizar cuanto pudieron el horror de la contienda. Uno de esos voluntarios fue Agatha Christie, que en octubre de 1914 se ofreció como enfermera para ayudar a heridos en el hospital de su pueblo natal, Torquay, en el condado de Devon (Inglaterra). Entonces tenía 24 años, todavía no había escrito ninguno de sus misterios, pero ya tenía clara su vocación y que aquel puesto en primera línea del horror de la guerra podía serle muy útil para sus historias. En total, según el informe de la Cruz Roja británica, Christie trabajó un total de 3.400 horas como auxiliar de enfermería. Cuando empezó a trabajar en el dispensario de farmacia, le dieron un suelo de 16 libras al mes. “La escritora, como muchas voluntarias, llegó como una joven mujer sin experiencia para tratar los traumas de la guerra. Es irónico que, dado su trabajo posterior, no pudiese resistir la visión de heridas sangrantes violentas”, aseguran desde los archivos de la Cruz Roja.
Parece
que Christie no tenía la sensibilidad adecuada para el trabajo de enfermera y
hay recuento oficial de numerosos desmayos nada más ver sangre. “De repente,
parecía como si las paredes se me cayesen encima. Nunca pensé que la visión de
heridas y sangre pudiesen tener ese efecto en mí”, escribiría en su
autobiografía. Sin embargo, su obstinación hizo que permaneciera en el puesto y
ayudase en el cuidado de enfermos, de auxiliar en operaciones quirúrgicas, y
encargarse de la limpieza del quirófano después de una amputación. “Las
personas cuentan confidencias a las enfermeras en una repentina explosión de
sinceridad. Sin embargo, muchas veces después sienten cierta incomodidad por haberlo
confesado y desearían haber cerrado el pico. Es, simplemente, la naturaleza
humana”, escribe en “Asesinato en Mesopotamia”; escrito en 1936. Su poca sangre
fría a la hora de estar frente a frente a los heridos más graves hizo que
pronto se le designase al dispensario del hospital. Aquí cambió su vida, ya que
tuvo contacto con toda una serie de medicamentos y, lo que es esencia,
potenciales venenos que estudió, quedando fascinada por su gran capacidad
mortal. En total, en 41 de sus 64 novelas de Christie los asesinos utilizan
veneno y apenas suceden crímenes violentos. En “Un misterio en el Caribe”, por
ejemplo, utiliza una extraña mezcla de cosméticos con belladona, pero también
abundan el cianuro, la estricnina o el láudano.
Agatha Christie y sus compañeras del hospital de Touqay en 1914.
Foto archivo La Razón.
La
escritora tuvo que pasar varios exámenes para que le permitiesen ayudar en el
dispensario como auxiliar en la farmacia. Estudió química teórica y práctica y
empezó a realizar recetas ella misma. Lo cierto es que, cuando dejó el trabajo
al final de la guerra, en noviembre de 1918, pocos sabían más que ella de
drogas y sus efectos. Abundan en sus novelas, por ejemplo, los casos de
sobredosis de algún medicamento no por error ni accidente, sino por voluntad
criminal o cambiar de recetas para hacer que una persona tome un veneno fatal.
“Enfermeras, todas sois iguales. Estáis llenas de jovialidad sobre los
problemas de otras personas”, escribió en “Un ciprés triste”, de 1939.
En
total, 90.000 voluntarias se registraron a la Cruz Roja inglesa para ayudar a
los heridos. Christie nunca recordó con agrado sus primeros meses en el
hospital, cuando “tenía que lavar toda la sangre y pegar los miembros al cuerpo
yo misma”, pero su trabajo en el dispensario moldeó su vida futura. No es
extraño que en “El misterioso caso de Styles”, su primera novela, publicada en
1920, justo después de dejar su puesto en el hospital, el asesino utilizase
arsénico para acabar con su víctima. “Fue precisamente mientras trabajaba en el
dispensario cuando concebí la idea de escribir una historia de detectives. Mi
trabajo me ofrecía una gran oportunidad para estudiar a fondo el tema. Como
estaba rodeada de venenos me pareció natural que utilizase el envenenamiento en
mis casos”, comentó la escritora años después. Aquella primera novela nos
introdujo al icónico Hércules Poirot, gran experto en venenos también. Otro de
sus venenos favoritos fue el cianuro, que hasta los años 40 se podía conseguir
para uso doméstico en forma de algunos pesticidas. Este veneno parece en “El
espejo roto”; “Cianuro espumoso” y por supuesto, su gran obra maestra “Diez
negritos”. Otros de sus sospechosos habituales son el jazmín amarillo, flor de
digital, cicuta, talio o ricino.
La
escritora volvería a ofrecerse voluntaria durante la II Guerra Mundial, pero ya
entonces el trabajo en el dispensario se le presentó monótono y aburrido.
Entonces prefirió confortar a los heridos y tener un trato más humano con los
enfermos. Sin embargo, los venenos ya la habían convertido en una gran
escritora.
Christie
(1890/1976), nació en una familia adinerada de clase media alta en Torquay, Reino
Unido, su padre murió cuando ella tenía once años de edad, recibió educación
privada hasta la adolescencia y después estudió canto en París. Se dio a
conocer en 1920 con El misterioso caso de Styles. En este primer relato,
escrito mientras trabajaba como enfermera durante la Primera Guerra Mundial,
aparece el famoso investigador Hércules Poirot, al que pronto combinó en otras
obras con Miss Marple, una perspicaz señora
de edad avanzada.
En
1914 se había casado con Archibald Christie, de quien se divorció en 1928,
quedando sumida en una larga depresión de la que se recuperó tras un
tratamiento psiquiátrico. Dos años después se casó con el arqueólogo Max
Mallowan, a quien acompañó en todos sus viajes a Irak y Siria. Llegó a pasar largas
temporadas en estos países; esas estancias inspiraron varios de sus centenares
de novelas posteriores, como Asesinato en la Mesopotamia (1930), Muerte
en el Nilo (1936) y Cita con la muerte (1938).
La estructura de la trama de sus narraciones, basada en la tradición del enigma por descubrir, es siempre similar, y su desarrollo está en función de la observación psicológica. Algunas de sus novelas fueron adaptadas al teatro por la propia autora, y diversas de ellas han sido llevadas al cine. Entre sus títulos más populares se encuentran Asesinato en el Orient-Express (1934), Muerte en el Nilo (1937) y Diez negritos (1939). En su última novela, Telón (1974), la muerte del personaje Hércules Poirot concluye una carrera ficticia de casi sesenta años.
Agatha Christie ha tenido admiradores y detractores entre escritores y
críticos. Se le acusa de conservadurismo y de exaltación patriótica de la
superioridad británica. Pero se reconoce también su habilidad para la
recreación de ambientes rurales y urbanos de la primera mitad del siglo XX de
la isla inglesa, su oído para el diálogo, la verosimilitud de las motivaciones
psicológicas de sus asesinos, e incluso su radical escepticismo respecto de la
naturaleza humana: cualquiera puede ser un asesino, hasta la más apacible dama
de un cuidado jardín de rosas de Kent. Agatha fue también autora
teatral de éxito, con obras como La ratonera o Testigo de cargo.
La primera, estrenada en 1952, se representó en Londres ininterrumpidamente
durante más de veinticinco años; la segunda fue llevada al cine en 1957 en una
magnífica versión dirigida por Billy Wilder. Utilizó un seudónimo, Mary
Westmaccot, cuando escribió algunas novelas de corte sentimental, sin demasiado
éxito. En 1971 fue nombrada Dama del Imperio Británico.
Más información y fuentes:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=271478618447693&set=g.630045647763158
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/christie.htm
https://www.larazon.es/cataluna/20200430/zxlfvyyewbf5fi4dac5vcnfvme.html
https://www.lascosasquenoshacenfelices.com/la-extrana-desaparicion-de-agatha-christie/
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